
Narcocultura surgió como una alarma social que hoy moviliza a cientos de familias en Morelia, donde se presentó el movimiento “Apaguemos la Narcocultura”, una iniciativa que busca frenar la normalización del crimen desde las aulas, los hogares y los espacios digitales.
En un contexto saturado de series, música y personajes que glorifican al crimen organizado, este proyecto propone que la respuesta de la sociedad no sea el miedo ni la censura, sino la formación crítica, la conversación abierta y la educación emocional desde edades tempranas. La propuesta nace desde la preocupación ciudadana y se articula con escuelas, especialistas y familias que buscan un cambio cultural profundo y sostenido.
Un movimiento que nace desde la preocupación de las familias
El vocero y cofundador, Fito Torres Ramírez, explicó que el objetivo no es prohibir, sino ofrecer herramientas que permitan a niñas, niños y jóvenes entender qué consumen y por qué. En su intervención insistió en que la Narcocultura no se combate con silencio, sino con criterio, acompañamiento y responsabilidad. Para él, este movimiento es un llamado a retomar el papel formativo en un mundo donde los contenidos digitales influyen más que nunca en la construcción de identidad.
Torres destacó que la iniciativa no busca señalar culpables, sino sumar manos. La Narcocultura —dijo— afecta a todos por igual, sin distinción social, económica o geográfica, y por ello la respuesta debe ser colectiva. Su mensaje resonó entre los asistentes, entre ellos madres, docentes y hasta jóvenes que reconocieron la necesidad de poner un alto al consumo irreflexivo de contenido violento.
La guía como herramienta central
La herramienta principal del proyecto es la “Guía para Padres y Maestros”, un documento sencillo, accesible y práctico que enseña a identificar patrones de riesgo, emociones que requieren acompañamiento y señales tempranas de exposición problemática a la Narcocultura. Esta guía, disponible en versión digital e impresa, se elaboró a partir de entrevistas con familias, diagnósticos escolares y experiencias directas con menores que ya enfrentan la influencia del crimen organizado en su entorno.
Maya Morales, colaboradora del movimiento, explicó que la guía no surgió desde un escritorio, sino desde la vida real de quienes lidian con la Narcocultura todos los días. Familias que temen perder a sus hijos en un ambiente donde la violencia se presenta como un destino posible. Morales subrayó que el documento ofrece ejercicios, actividades y lenguaje claro para que cualquier adulto pueda usarlo sin complicaciones.
Respaldo institucional y un mensaje desde Morelia
El alcalde de Morelia, Alfonso Martínez, asistió a la presentación y respaldó públicamente la iniciativa. Reconoció que la Narcocultura se ha filtrado en lo cotidiano: en la música que se escucha en fiestas infantiles, en los héroes ficticios que algunos jóvenes admiran y en la forma en que se interpreta el éxito o el poder. Su mensaje fue claro: la educación y la transformación cultural son la respuesta más sólida frente al reclutamiento criminal.
Paola Delgadillo, esposa del alcalde, reforzó este planteamiento señalando que no se puede actuar con indiferencia ante la forma en que la Narcocultura atrae a menores con promesas de poder y dinero fácil. Para ella, ignorar el problema es dejar que la narrativa criminal avance sin oposición.
Testimonios que muestran una realidad compleja
Durante la presentación, la investigadora Lorena Cortés compartió hallazgos sobre cómo los grupos criminales reclutan a menores en Michoacán. Su investigación, plasmada en el libro “Los hijos de la violencia y el narco en Michoacán”, muestra que la Narcocultura no solo se consume, sino que también opera como un lenguaje de pertenencia, aspiración y distorsión del poder.
Cortés enfatizó que, en muchos casos, los menores se acercan a esta estética porque encuentran en la Narcocultura algo que la sociedad no les ofrece: reconocimiento, identidad, sentido de importancia. Por eso, insistió en que el movimiento es urgente: no basta con advertirles que se alejen; hay que construir alternativas reales.
Una red nacional en construcción
Los organizadores subrayaron que su meta es extender “Apaguemos la Narcocultura” a todo el país. La idea es crear una red nacional que conecte escuelas, universidades, colectivos culturales, asociaciones civiles y familias comprometidas con una crianza más consciente. La Narcocultura, explicaron, solo puede enfrentarse mediante la resiliencia social, es decir, fortaleciendo las capacidades individuales y comunitarias para resistir las narrativas del crimen.
Con esta visión, la iniciativa apuesta por talleres, conversatorios, campañas informativas y encuentros comunitarios que inviten a reflexionar sobre cómo la Narcocultura se cuela en la ropa, en el lenguaje, en los videos que circulan entre amigos y hasta en las bromas que se normalizan sin cuestionarlas.
Hacia un cambio cultural profundo
El movimiento reconoce que la Narcocultura no desaparecerá de un día para otro. Es una estructura cultural arraigada en la música, el entretenimiento y la percepción social del poder. Sin embargo, los impulsores del proyecto están convencidos de que la educación crítica puede revertir su impacto. Enseñar a cuestionar, analizar y reflexionar convierte a los jóvenes en agentes activos capaces de elegir quién quieren ser y qué valores desean seguir.
La apuesta de “Apaguemos la Narcocultura” va más allá de advertir riesgos: propone construir narrativas de éxito basadas en el esfuerzo, la solidaridad y la creatividad, no en la violencia ni en la ilegalidad. En un país donde miles de familias han sido víctimas del crimen organizado, esta propuesta busca sembrar una nueva manera de ver el futuro.
Una invitación a la participación
El cierre del evento dejó claro que el movimiento está abierto a todas las personas que quieran ayudar a construir un país distinto. La Narcocultura, insistieron los organizadores, solo pierde fuerza cuando la comunidad toma posición, cuando se generan espacios de afecto y reflexión, y cuando se acompaña a la juventud en lugar de dejarla sola frente a la influencia del entretenimiento violento.
El llamado final fue directo: hablar con los hijos, preguntarles qué consumen, entender sus referentes y dialogar sin juicios. Solo así se podrá desactivar la Narcocultura que avanza silenciosamente entre pantallas, canciones y discursos normalizados.