Tradición y sabor: el menú inaugural que marcó el regreso de Trump
Desde hace más de un siglo, las comidas inaugurales de los presidentes de Estados Unidos han trascendido lo meramente gastronómico para convertirse en un símbolo de identidad nacional. Más que un banquete, estos almuerzos representan el orgullo por los productos locales y la diversidad cultural que caracteriza al país.
Este 2025, Donald Trump regresó a la Casa Blanca, y con él llegó un menú inaugural que reflejó lujo, regionalismo y, sobre todo, el deseo de conectar con las raíces del pueblo estadounidense.
Un menú que celebra la diversidad culinaria de EUA
Servido en el majestuoso Statuary Hall del Capitolio, el almuerzo inaugural ofreció una exquisita selección de platillos:
- Entrada: Chesapeake crab cakes, acompañados por un chardonnay de Virginia.
- Plato principal: Angus rib-eye de Omaha, Nebraska, con zanahorias, brócoli y papas gratinadas.
- Postre: Terrina de manzana de Minnesota con helado de crema.
Además, se ofrecieron vinos de Nuevo México, Napa Valley y Sonoma, reafirmando la calidad vinícola de estas regiones. Y aunque no fue parte del menú oficial, es conocido que Trump disfrutó de su inseparable Diet Coke, fiel a su estilo.
La historia detrás de las comidas inaugurales
La tradición de los almuerzos inaugurales comenzó en 1897 con el presidente William McKinley y se formalizó en 1953 con Dwight D. Eisenhower. Desde entonces, estos eventos no solo celebran la transición del poder, sino que también promueven productos locales y resaltan las tendencias culinarias de cada época.
Por ejemplo:
- John F. Kennedy (1961): Destacó la langosta de Nueva Inglaterra como homenaje a sus raíces en Massachusetts.
- Ronald Reagan (1981): Incluyó ensaladas inspiradas en los huertos de California.
- Franklin D. Roosevelt (1945): Optó por un modesto almuerzo de ensalada de pollo, reflejando las restricciones del racionamiento durante la Segunda Guerra Mundial.
- Barack Obama (2009): Apostó por la sostenibilidad con un menú que incluyó pato ahumado de Oregón.
Estos almuerzos son mucho más que una comida; son una representación de la identidad nacional, la promoción de productos locales y un tributo a la cultura estadounidense.
¿Qué sucede en México?
En contraste, las cenas y comidas oficiales en México han permanecido bajo un velo de discreción y hermetismo. A lo largo de los años, la gastronomía ha sido relegada a un segundo plano, perdiendo la oportunidad de celebrar y promocionar la riqueza culinaria del país, considerada una de las más diversas del mundo.
Mientras que en Estados Unidos los almuerzos presidenciales resaltan ingredientes regionales, en México se teme que estos eventos sean percibidos como excesos o elitistas. Esta actitud priva al país de aprovechar la comida como un símbolo de unidad nacional y un escaparate de nuestra herencia cultural.
Gastronomía como símbolo de identidad
El contraste entre ambos países es evidente. Mientras que Estados Unidos utiliza estos eventos para reforzar su narrativa de orgullo nacional, en México se sigue dejando pasar la oportunidad de destacar nuestra riqueza gastronómica.
Imaginar un menú inaugural mexicano con platillos como mole oaxaqueño, cochinita pibil, chiles en nogada o postres como ate de guayaba con queso fresco podría ser una forma poderosa de conectar con nuestras raíces y mostrar al mundo la grandeza de nuestra cultura culinaria.
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