La historia de Kilmar Ábrego García, salvadoreño casado con una ciudadana estadounidense, comenzó con una decisión abrupta: su deportación a la megacárcel CECOT en El Salvador en marzo pasado.
Aquella acción, amparada en la política migratoria del expresidente Donald Trump, fue calificada por abogados y defensores de derechos humanos como un error administrativo con tintes de persecución política.
Tras una orden de la Corte Suprema de EE.UU., Ábrego regresó a territorio estadounidense en junio, pero fue nuevamente detenido, esta vez acusado de tráfico de personas.
Un símbolo de la política migratoria de Trump
Ábrego se convirtió rápidamente en un caso mediático. Para los partidarios republicanos, era un ejemplo de la “mano dura” contra la inmigración ilegal; para juristas, un claro abuso de poder.
Los abogados del salvadoreño alegan que su cliente fue víctima de un “procesamiento vengativo”, pues se negó a aceptar la violación de su derecho al debido proceso constitucional.
La liberación… y una nueva amenaza
El 23 de julio, un juez de Tennessee ordenó su liberación en espera de juicio, programado para el 27 de enero de 2026. La noticia fue celebrada como una victoria temporal.
Pero la tranquilidad duró poco: medios locales reportaron que el Departamento de Seguridad Interior notificó a su defensa que el próximo lunes deberá presentarse en Baltimore, donde podría iniciarse un proceso para deportarlo a Uganda.
Un país sin relación alguna con su origen salvadoreño, lo que genera dudas legales y humanitarias.
Reacciones políticas y sociales
La Casa Blanca describió a Ábrego como “criminal y miembro de la MS-13”, afirmando que debería llevar un brazalete electrónico hasta una resolución final.
Por otro lado, el gobernador demócrata de Maryland, Wes Moore, defendió el principio de igualdad ante la ley:
“Esto no se trata de una persona, sino de los derechos de todos bajo la Constitución”, declaró.
El trasfondo humano: un hombre entre fronteras
Detrás de los comunicados oficiales y las acusaciones, hay una familia esperando en Maryland. Para ellos, Kilmar Ábrego no es un símbolo político, sino un padre y esposo que lucha contra un sistema que lo trata como un enemigo.
Su historia refleja la tensión entre las políticas migratorias de “tolerancia cero” y la necesidad de un sistema que respete el derecho al debido proceso.
Entre CECOT y Uganda
Imagina ser arrancado de tu hogar, enviado a una prisión de máxima seguridad en otro país, luego liberado y nuevamente amenazado con ser deportado… pero esta vez a un lugar donde nunca has vivido: Uganda.
Esa es la realidad de Ábrego, atrapado en una red de decisiones judiciales, errores administrativos y luchas políticas que trascienden su caso personal.
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