Guillermo del Toro siempre ha sentido fascinación por los monstruos. En ellos encuentra belleza, tragedia y verdad. Con su nueva versión de Frankenstein, el cineasta mexicano decide ir más allá del horror clásico y mirar al monstruo como algo puro, casi inocente. No se trata de una criatura hecha de costuras, sino de un ser que despierta a la vida sin entender el mundo que lo rechaza.
El diseño de producción refuerza esa idea: un laboratorio gótico erguido en lo alto de una torre escocesa, con una gran ventana redonda que deja entrar la luz sobre un cuerpo inerte. Todo, desde la iluminación hasta el vestuario, fue pensado para que la creación del monstruo se sintiera artesanal, palpable y profundamente humana.
Un cine hecho a mano, con alma y textura
Del Toro quiso que Frankenstein fuera una película creada con las manos, no con algoritmos ni efectos digitales excesivos. Los decorados fueron construidos a gran escala, las luces son naturales y las texturas del vestuario se perciben reales. Cada detalle contribuye a que el espectador sienta que está dentro de un sueño oscuro, pero bello.
El resultado es una obra que combina el arte clásico de Hollywood con la sensibilidad moderna. La fotografía apuesta por contrastes fuertes y claroscuros que reflejan la dualidad entre creador y creación. Es una historia sobre la obsesión de dar vida y el costo emocional de hacerlo.
Un monstruo que siente, ama y teme
El Frankenstein de Del Toro no es una abominación mecánica, sino un ser que aprende a respirar, mirar y sufrir. Es “como un recién nacido” enfrentado a un mundo que lo teme. En su interpretación, el monstruo no representa el mal, sino la búsqueda desesperada de aceptación.
Jacob Elordi, quien interpreta a la criatura, transmite esa mezcla de inocencia y angustia con una presencia física poderosa y emotiva. Frente a él, Oscar Isaac encarna a Victor Frankenstein, un creador tan obsesionado por la perfección que olvida su propia humanidad. Entre ambos se teje una historia de amor, rechazo y redención que convierte a Frankenstein en una tragedia contemporánea.
La oscuridad también tiene belleza
Guillermo del Toro y su director de fotografía mantienen una estética reconocible: sombras profundas, luz única y colores intensos que dotan a cada escena de carácter y emoción. La oscuridad no se teme, se celebra. Porque, en el universo de Del Toro, lo monstruoso siempre ha sido un reflejo del alma.
Con esta visión, el cineasta devuelve a Frankenstein su dimensión poética. La película deja de ser solo una historia de terror para convertirse en una meditación sobre lo que significa ser humano, crear y ser rechazado.


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