La infancia es una etapa clave para el desarrollo físico y emocional, pero cuando está marcada por altos niveles de estrés puede dejar huellas que acompañan a la persona hasta su vida adulta. Investigaciones recientes publicadas en PNAS y JNeurosci confirmaron que el estrés infantil no solo afecta la salud mental, sino también la condición física décadas después.
Consecuencias físicas del estrés infantil
El estudio encabezado por la Universidad de Duke analizó a más de mil 400 niños desde los 9 hasta los 30 años, evaluando distintos biomarcadores como cortisol, proteína C reactiva y el índice de masa corporal. Los resultados mostraron que la llamada carga alostática, es decir, la suma del impacto fisiológico del estrés, se relaciona de forma directa con problemas cardiometabólicos en la adultez.
Entre las consecuencias más comunes destacan hipertensión, obesidad abdominal y alteraciones en la presión arterial. El hallazgo subraya que los niveles de ciertos marcadores en la niñez pueden anticipar riesgos de enfermedades en la edad adulta.
Estrés y el cerebro: impacto emocional
Por su parte, un estudio realizado por la Universidad de Turku en Finlandia analizó cómo reacciona el cerebro al observar imágenes de acoso escolar. Tanto en adolescentes como en adultos, los vídeos generaron estados de alarma y angustia, activando redes cerebrales sociales y emocionales relacionadas con la percepción de amenaza.
Incluso en adultos, las respuestas neuronales, oculares y emocionales fueron más intensas ante el acoso que frente a interacciones positivas, lo que demuestra la persistencia de esta huella psicológica.
Los especialistas concluyen que reducir la exposición al estrés crónico en la infancia es crucial para promover una vida adulta más saludable, tanto en lo físico como en lo emocional. Identificar a tiempo a los niños en riesgo puede ser una herramienta clave para prevenir enfermedades en el futuro.
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