En un intento por acallar las críticas, la FIA abrió su libro de reglas. El resultado ha sido un autogol espectacular. El veredicto: la supuesta transparencia solo ha servido para demostrar que el sistema de sanciones es una farsa burocrática.
El Veredicto del Juez: El Ilusionismo de la Transparencia
Con la pompa y circunstancia de un anuncio histórico, la Fédération Internationale de l’Automobile (FIA) decidió, en nombre de la «transparencia», hacer públicas sus directrices de sanción y sus guías de conducción. El presidente, Mohammed Ben Sulayem, proclamó que esta medida ofrecería una «visión mucho más profunda y precisa» de cómo se toman las decisiones. La intención era noble: construir un puente de confianza con aficionados, medios y competidores. Sin embargo, en lugar de construir un puente, la FIA se ha cavado una fosa.
Este acto de supuesta apertura ha resultado ser una farsa, un ejercicio de ilusionismo que, en lugar de generar confianza, ha armado a sus críticos con el propio manual para demostrar la crónica e incurable inconsistencia del organismo rector. La FIA ha confundido el proceso con el progreso. Creen que mostrando sus deberes (las directrices), el mundo aceptará sus conclusiones (las sanciones). En cambio, han revelado que su «trabajo» es un marco enrevesado, a menudo contradictorio y, en última instancia, inadecuado para vigilar un deporte de élite.
El problema nunca fue la existencia de un libro de reglas secreto; el problema siempre ha sido, y sigue siendo, la aplicación arbitraria y errática de esas reglas. Pilotos como Max Verstappen ya habían calificado las normas de «antinaturales», un sentimiento que refleja la frustración generalizada con un sistema que intenta aplicar un código rígido al arte fluido y caótico de las carreras.
La Hipocresía como Norma
La credibilidad de esta iniciativa de transparencia fue torpedeada casi de inmediato por las propias acciones de la FIA. En un acto de hipocresía asombroso, se supo que el comisario de F1 Derek Warwick había sido suspendido recientemente por hacer «comentarios no autorizados a los medios» sobre una decisión de sanción anterior. Castigar a un comisario por ser, precisamente, transparente con los medios es la antítesis del objetivo declarado. Es como anunciar una política de puertas abiertas y luego cambiar la cerradura.
Además, la compleja y debatida sanción impuesta a Kimi Antonelli por su choque con Verstappen sirvió como el primer caso de estudio bajo este nuevo régimen de «claridad», y no hizo más que generar más debate. Publicar las directrices no elimina la controversia; simplemente proporciona una base más oficial para la discusión y el desacuerdo. Cada decisión polémica ahora puede ser cotejada con el propio código de la FIA, lo que probablemente revelará aún más inconsistencias.
Atrapados en la Burocracia
El veredicto de este tribunal es que la FIA ha marcado un gol en propia puerta de proporciones épicas. Su problema no es la falta de un manual, sino una crisis de filosofía. Están intentando legislar para eliminar el caos y la imprevisibilidad de las carreras, una tarea tan imposible como inútil. El alma de las carreras reside en esa delgada línea entre el control y el caos, y la FIA parece decidida a pavimentarla con párrafos de regulaciones.
Este acto «transparente» es, en realidad, una confesión involuntaria. Una admisión de que su sistema es un laberinto burocrático que a menudo suspende el examen más básico: el del sentido común. En su búsqueda de una consistencia artificial, han perdido de vista la justicia.
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