El veredicto es ineludible: la biología importa en el deporte. Mientras la inclusión de atletas trans es un debate necesario, ignorar las ventajas físicas persistentes amenaza con destruir la equidad fundamental de la competición femenina.
La realidad científica: Una ventaja persistente
Cualquier veredicto justo debe basarse en pruebas, y la evidencia científica es clara. Múltiples estudios confirman que las atletas transgénero que han pasado por la pubertad masculina conservan ventajas fisiológicas significativas incluso después de años de terapia de supresión de testosterona. Estas ventajas incluyen mayor densidad ósea, mayor capacidad pulmonar, diferencias en la estructura esquelética y una masa muscular superior que, aunque se reduce, no se iguala a la de las mujeres cisgénero.
En el deporte de élite, donde las victorias se deciden por milisegundos o milímetros, estas diferencias son determinantes. Las brechas de rendimiento entre hombres y mujeres en deportes como el atletismo, la natación o la halterofilia oscilan entre un 10% y un 30%. Ignorar esta realidad biológica en nombre de la inclusión no es progresista; es negar la ciencia. El caso de la nadadora Lia Thomas, quien dominó las competiciones femeninas universitarias tras competir previamente como hombre, no es una anécdota, sino la manifestación práctica de esta ventaja.
El dilema ético: Equidad vs. identidad
El conflicto central radica en la colisión de dos derechos. Por un lado, el derecho innegable de las personas transgénero a vivir con dignidad, sin discriminación y con oportunidades para desarrollarse plenamente. Por otro, el derecho de las mujeres biológicas a competir en un entorno justo y seguro, que fue la razón por la que se crearon las categorías deportivas femeninas en primer lugar.
El argumento de que «defender el deporte femenino es transfobia» es una falacia que busca silenciar un debate legítimo. La cuestión no es excluir a las personas trans del deporte, sino proteger la integridad de una categoría diseñada para compensar diferencias biológicas reales. Permitir que cuerpos que conservan ventajas físicas significativas compitan en la categoría femenina disuelve su propósito y resulta en una injusticia directa para las atletas biológicas, que ven amenazadas sus oportunidades, becas y récords. El caso de las atletas de secundaria en Minnesota, que han demandado a su estado por verse obligadas a competir en una situación que consideran injusta y peligrosa, pone un rostro humano y urgente a este dilema.
La Búsqueda de Soluciones: Un Camino por Trazar
Las federaciones deportivas internacionales están en una encrucijada. World Athletics y World Aquatics (antes FINA) ya han tomado la controvertida pero científicamente fundamentada decisión de restringir la participación en categorías de élite femenina a aquellas atletas que no hayan pasado por la pubertad masculina. Esta no es una solución perfecta, pero es un reconocimiento de la realidad biológica.
La creación de «categorías abiertas» o mixtas es una de las alternativas que se están explorando activamente. Esta podría ser una vía para garantizar que todos los atletas tengan un lugar para competir, reconociendo y celebrando el talento sin comprometer la equidad de la categoría femenina.
El veredicto final del juez
Este tribunal dictamina que el principio de competencia justa, basado en la biología, debe ser preservado como pilar fundamental del deporte femenino. La inclusión de atletas transgénero es un imperativo social, pero debe buscarse a través de soluciones innovadoras, como las categorías abiertas, que no exijan el sacrificio de los derechos y oportunidades de las mujeres biológicas.
Este debate es un «canario en la mina» para un conflicto social más amplio. La forma en que se resuelva en el deporte tendrá profundas implicaciones legales y culturales. Negar los hechos por temor a ser políticamente incorrecto no es empatía; es cobardía. Proteger la categoría femenina no es exclusión; es defender la dignidad y la justicia. Y esa dignidad no es negociable.


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