Javier Aguirre ha roto el contrato no escrito con la afición mexicana. Su silencio ante las protestas de migrantes no es neutralidad, es cobardía. Nuestro veredicto: ha traicionado a quienes lo sostienen.
El Cargo: La Declaración de la Infamia
En un momento de alta tensión social para la comunidad mexicana en Los Ángeles, con protestas contra redadas migratorias, el entrenador de la Selección Nacional de México, Javier Aguirre, tuvo la oportunidad de mostrar liderazgo y solidaridad. En lugar de eso, eligió esconderse. Cuestionado por la prensa, se negó a pronunciarse, escudándose en una supuesta falta de información y declarándose «apolítico». Su frase, «No soy vocero de inmigrantes», ha resonado como un trueno, no por su contenido, sino por su escalofriante desconexión.
Esta postura no es un simple desliz. Es una decisión consciente de dar la espalda a la misma gente que llena los estadios en Estados Unidos, que paga boletos a precios exorbitantes y que convierte a la Selección Mexicana en una de las marcas deportivas más rentables del mundo.
La Reacción del Pueblo: El Boicot de la Dignidad
La respuesta de la afición no se hizo esperar y ha sido visceral. Grupos de animación y miles de aficionados, sintiéndose traicionados y abandonados, han iniciado un movimiento en redes sociales para boicotear los partidos de la Copa Oro. Han cancelado boletos y han dejado claro que si el equipo no los representa fuera de la cancha, no merece su apoyo dentro de ella.
Este boicot no es solo por una frase. Es la reacción a años de sentir que son tratados como un cajero automático. La Federación Mexicana de Fútbol (FMF) ha construido un imperio económico sobre la base de la «nostalgia», vendiendo la conexión con la patria a los mexicanos en el extranjero. Sin embargo, cuando esa misma comunidad necesita una voz de apoyo, la FMF y su entrenador principal ofrecen un silencio cómplice.
Análisis del Liderazgo: Un Patrón de Conflicto y Excusas
La polémica de Aguirre no se detiene en su silencio. Su gestión reciente muestra un patrón de generar conflictos y buscar coartadas. Ha criticado públicamente a sus delanteros, Raúl Jiménez y Santiago Giménez, por ser «demasiado generosos» y no disparar a puerta. Se ha quejado de que hay jugadores que no han querido aceptar sus convocatorias a la selección.
Más revelador aún es su intento de presionar públicamente a los jugadores de clubes que participan en el Mundial de Clubes, sugiriendo que deberían «priorizar» a la selección. Este movimiento es visto por muchos analistas no como un acto de patriotismo, sino como una estrategia para construirse una excusa perfecta en caso de un fracaso en la Copa Oro: poder argumentar que no contó con sus mejores hombres. Es el comportamiento de un líder que, en lugar de unir, divide y se protege.
El Contrato Roto con la Afición
Javier Aguirre ha demostrado una profunda e inexcusable ignorancia sobre lo que la Selección Mexicana significa. No es solo un equipo de fútbol; para millones de mexicanos, especialmente en el extranjero, es un símbolo de identidad, un ancla cultural y una fuente de orgullo. Su postura «apolítica» no es una muestra de neutralidad profesional, es una abdicación de su responsabilidad como figura pública al frente de una de las instituciones más simbólicas del país.
Este no es un error de comunicación; es la ruptura de un pacto. La afición entrega su pasión, su lealtad y su dinero. A cambio, espera un mínimo de representación y solidaridad. Al negarse a ofrecer ni siquiera una palabra de aliento, Aguirre ha destrozado ese contrato no escrito.
El veredicto final de Sport Judge no es solo para Aguirre, sino para todo el modelo de negocio de la FMF, que ha mercantilizado el patriotismo hasta convertirlo en un producto hueco. Con su silencio, Aguirre no solo ha provocado un boicot; ha puesto en grave peligro el activo más valioso que tiene la Selección Mexicana: la conexión emocional, incondicional y genuina con su gente.


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