El infarto de miocardio ocurre cuando el flujo sanguíneo hacia el corazón se interrumpe, generalmente por acumulación de placas de grasa y colesterol. El dolor o presión en el pecho es la señal más común: se percibe como una banda apretada, presión intensa o sensación de peso en el tórax.
Esta molestia puede irradiar hacia los brazos, espalda, cuello, mandíbula, hombros o abdomen superior, dificultando la diferenciación de otras afecciones como indigestión o ansiedad.
Otros síntomas que no debes ignorar
El sudor frío, falta de aire, náuseas, mareos, fatiga y palpitaciones son indicios frecuentes. En algunos casos, sobre todo en mujeres, personas mayores o diabéticas, los infartos pueden ser “silenciosos”, manifestándose únicamente como cansancio o dificultad respiratoria.
Diferencias con molestias comunes
A diferencia de la acidez o el dolor digestivo, los síntomas de infarto no ceden con el reposo y suelen aparecer de manera persistente o combinada. Algunos ataques presentan señales de advertencia horas, días o semanas antes, lo que permite buscar ayuda temprana.
Qué hacer ante un infarto
Ante la sospecha de un ataque cardíaco, llama a los servicios de emergencia de inmediato. No intentes llegar al hospital por tu cuenta; las primeras horas son críticas para prevenir muerte súbita.
Los especialistas realizan electrocardiogramas, análisis de sangre y estudios complementarios como angiografía o ecocardiografía, para confirmar el diagnóstico y definir el tratamiento.
Tratamiento y recuperación
El manejo incluye fármacos anticoagulantes, trombolíticos, angioplastia y colocación de stents. En casos complejos se puede requerir cirugía de bypass coronario.
La recuperación se fortalece con rehabilitación cardíaca, medicación adecuada y hábitos saludables: alimentación balanceada, actividad física y seguimiento médico. Esto reduce riesgos de recaídas y mejora la calidad de vida.
Factores de riesgo y prevención
Edad avanzada, antecedentes familiares, hipertensión, colesterol elevado, diabetes, obesidad, sedentarismo, tabaquismo, estrés prolongado y consumo de drogas ilícitas son los principales factores de riesgo.
Prevenir un infarto implica control médico regular, hábitos saludables y técnicas de reanimación cardiopulmonar, para actuar con eficacia ante cualquier emergencia.
