El crimen organizado en México suele asociarse con imágenes de grandes capos y cárteles. Sin embargo, los datos de la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL) 2021 del INEGI muestran que los delincuentes organizados son más diversos y complejos de lo que imaginamos. Jóvenes, casados, con hijos, e incluso con niveles educativos más altos de lo esperado, estas personas no encajan en los estereotipos habituales.
Conocer sus perfiles no solo ayuda a entender las dinámicas del crimen organizado, sino que también nos obliga a reflexionar sobre las fallas estructurales que perpetúan este ciclo.
¿Quiénes son los delincuentes organizados en México?
Jóvenes y con vínculos familiares
El delincuente organizado promedio tiene 33 años, cinco años menos que otros sentenciados por delitos distintos.
- Género: Aunque el 93% son hombres, la proporción de mujeres (7%) es más alta que en otros delitos (4%).
- Estado civil: Un 23% está casado, superando el 17% del resto de los sentenciados.
- Familia: El 63% tiene hijos menores de edad, reflejando el dilema entre riesgos y necesidades familiares.
Educación por encima del promedio
Contra la creencia de que el crimen organizado se alimenta de la falta de educación, un 25% tiene bachillerato, y un 7% cuenta con estudios universitarios, cifras superiores al promedio de otros sentenciados.
El incentivo económico: Una paradoja moral
El ingreso promedio de estos sentenciados revela otra cara del problema.
- Ingresos antes de la detención: Un 27% ganaba más de 11,000 pesos mensuales, comparado con el 17% de otros sentenciados.
- Capacidad de ahorro: El 58% afirmó que podía ahorrar dinero, reflejando una estabilidad económica que pocos mexicanos legales disfrutan.
Estas cifras nos obligan a preguntarnos: ¿hasta qué punto la ilegalidad se convierte en una opción lógica ante la desigualdad?
Guardianes que se vuelven delincuentes
Uno de cada cinco sentenciados por delincuencia organizada trabajó previamente en seguridad:
- 10% como guardias privados.
- 7% en el ejército.
Estos datos reflejan una preocupante vulnerabilidad de las instituciones de seguridad, que parecen ser tanto un campo de reclutamiento como de cooptación.
Delitos comunes y reincidencia
La mayoría de los sentenciados por delincuencia organizada participaron en:
- Secuestros (49%).
- Delitos relacionados con drogas (27%).
- Acopio de armas (16%).
Aunque menos de ellos tenían antecedentes penales (16% vs. 22% de otros sentenciados), un 11% ya había sido condenado por el mismo delito, lo que demuestra que el sistema penitenciario no logra romper este ciclo criminal.
El mito de los programas sociales
Solo el 0.13% de los sentenciados por delincuencia organizada recibía apoyo gubernamental antes de su detención. Esto desmiente la idea de que los programas sociales tienen un impacto directo en la decisión de delinquir.
¿Por qué el sistema falla?
El dato más desolador: el 5% de los sentenciados cree que es probable volver a prisión una vez liberado. Este porcentaje, junto con la alta reincidencia en delitos graves, muestra que el sistema penitenciario no cumple su propósito de reintegrar a los criminales en la sociedad.
Un espejo de nuestra sociedad
El rostro del delincuente organizado no es el de un villano de película, sino el de alguien que podría haber tomado otro camino si las circunstancias y decisiones hubieran sido diferentes.
La combinación de juventud, educación y vínculos familiares plantea preguntas incómodas:
- ¿Por qué personas con posibilidades legítimas eligen la delincuencia?
- ¿Qué papel juegan la desigualdad y la falta de oportunidades en esta elección?
- ¿Estamos dispuestos a cuestionar nuestro sistema de justicia y las políticas sociales para romper este ciclo?
Ver al delincuente como un “otro” distante es un error. En su perfil encontramos las marcas de nuestras fallas como sociedad.
La decisión está en nuestras manos
Si seguimos abordando el crimen organizado solo desde la fuerza y el castigo, perpetuaremos el problema. Necesitamos un enfoque integral que combine prevención, justicia y oportunidades reales.
México debe enfrentar este problema con audacia, cuestionando no solo a los delincuentes, sino también a las instituciones y políticas que los empujan hacia esta vida.
El cambio empieza reconociendo que el crimen organizado no es solo una elección individual, sino un reflejo de nuestras fallas colectivas.
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