El Festival de Venecia fue testigo de un momento inolvidable. Ayer, Guillermo del Toro presentó su esperada adaptación de Frankenstein, y la respuesta del público fue abrumadora: una ovación de pie que se extendió por 13 minutos. Lejos de un simple homenaje al clásico de Mary Shelley, la cinta del director mexicano se convirtió en un manifiesto emocional que fusiona estética gótica, reflexiones sobre la humanidad y un relato de amor en tiempos de incertidumbre.
Una ovación que marcó historia en Venecia
El cineasta tapatío, ganador del Oscar por La forma del agua y recientemente celebrado con Pinocho, recibió en Venecia uno de los reconocimientos más prolongados y emotivos de su carrera. En sus propias palabras, la película lo dejó en un estado de “depresión posparto”, como si al terminar hubiera entregado un fragmento de sí mismo al mundo.
Frankenstein como una fábula de amor y marginación
Guillermo del Toro confesó que su versión de Frankenstein no es un relato de horror, sino una historia de amor marcada por la compasión y la soledad. “Una película que dice que sólo los monstruos juegan a ser Dios no podría llegar en un mejor momento”, declaró. Para él, lo sentimental se convierte en un acto de resistencia frente a la frialdad y el miedo que dominan la actualidad.
Desde niño, Del Toro se sintió atraído por la criatura de Frankenstein. No la veía como un monstruo temible, sino como una figura sagrada, casi un santo. Esa fascinación lo llevó a construir una película en la que la criatura no es un villano, sino un espejo de la humanidad marginada y rechazada.
El peso de los actores en la visión de Del Toro
La película cuenta con Oscar Isaac en el papel de Victor Frankenstein y con Jacob Elordi como la criatura. Isaac reveló que Del Toro le confió la esencia de la cinta con una frase poderosa: “Estoy creando este banquete para ti, sólo tienes que aparecer y comer”. Elordi, por su parte, aseguró que interpretar al monstruo fue un acto de entrega personal: “En muchos sentidos, la criatura que aparece en pantalla es más yo que yo mismo”.
Ambos actores lograron encarnar la visión del director, quien siempre ha dado voz a personajes incomprendidos, desde los insectos fantásticos de Cronos hasta el anfibio enamorado de La forma del agua.
Entre el gótico y lo contemporáneo
Aunque la historia se sitúa en el pasado, Del Toro insiste en que habla del presente. Para él, el verdadero terror no está en la inteligencia artificial ni en los avances tecnológicos, sino en la “estupidez natural” que amenaza la convivencia humana. Su Frankenstein se convierte así en una metáfora de un mundo donde lo diferente es rechazado, pero al mismo tiempo es un recordatorio del anhelo humano más profundo: el deseo de amor y pertenencia.
Una reinterpretación de Mary Shelley
El Frankenstein de Del Toro bebe de la tradición gótica de Mary Shelley pero se distancia de la imagen de terror que Hollywood popularizó en 1931 con Boris Karloff. En lugar de una figura que inspira miedo, encontramos una criatura dolida, marcada por el abandono de su creador y el rechazo de la sociedad. El dolor, la soledad y la búsqueda de aceptación sustituyen al susto fácil, transformando la obra en una reflexión poética sobre lo que significa ser humano.
Un director fiel a su universo de monstruos
Guillermo del Toro ha hecho del monstruo su metáfora favorita. Para él, los seres deformes, incomprendidos o marginados no son villanos, sino símbolos de lo que la humanidad no quiere mirar de sí misma. En Frankenstein, el director cierra un círculo creativo: desde aquel niño que veía iglesias góticas en Guadalajara hasta el artista que hoy es celebrado en uno de los escenarios más prestigiosos del cine mundial.


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